lunes, 10 de octubre de 2011

Dime de qué trabajas y te diré que tan infiel eres…

Hay distintas profesiones que favorecen a algunos para que tengan sus deslices y terminen cayendo en las “dulces tentaciones”.
Médicos, deportistas y vendedores lideran la tabla de posiciones entre los más infieles, dependiendo de la profesión u oficio que ejerzan.
Si bien la lista es más extensa… los tres primeros citados son los más señalados  según estudios realizados proporcionados por el sitio mundo.es

Algunas profesiones favorecen a los “pillinis” a hacer sus travesuras pues sus actividades laborales propician los encuentros clandestinos. Las razones pueden ser personales, sociales y hasta culturales para llegar a caer en este pecado.

Al permanecer  mucho tiempo fuera de casa y con otras personas, crecen las posibilidades de engañar a la pareja, si se cuenta con ella, claro.  Y bueno… estas sirven de “excusas” para justificar estos actos.

Las demás profesiones que generan oportunidades para concretar las traiciones son:
Músicos: estos anda de aquí para allá, realizando conciertos y giras y facilita bastante caer en este terrible pecado.

Modelos: mujeres esculturales, delicadas y bonitas son razón suficiente para que los hombres las acosen, la consientan, ofreciéndoles grandes regalos. Esto ayuda al desliz.

Abogados: tienen una inmensa libertad de conocer gente nueva.

Pilotos y Azafatas: prácticamente viven volando, durmiendo en los hoteles y eso lleva a tener una vida muy “movida”.

Agentes de bienes raíces: conocen mucha gente y saben vender, hablar y convencer.
Barman: detrás del mostrador preparando las bebidas, es más fácil que los que se van a para pasarla bien “caigan” en sus redes.

Secretarias: estas saben lo que gustan los jefes y conocen además sus horarios.

Profesores: comparten mucho tiempo con sus colegas, conocen a los padres de sus alumnos, eso ayuda a caer en las tentaciones.

Como ya lo dije al inicio… lo médicos o los de “bata blanca” que al estar continuamente de guardia se terminan distrayendo o haciendo mas “divertida” la noche con las enfermeras o colegas.
Deportistas: personas que se cuidan, sanas y fuertes que por lo general son bastante atractivas, si viven del deporte ganan millones y eso atrae gente.
Los vendedores conocen mucha gente pasan la mayor parte del tiempo fuera de sus hogares y bueno ya saben… propicia al adulterio. CHÁKE!!!





jueves, 6 de octubre de 2011

UN CALUROSO VIAJE SIN FIN

Una tarde de verano, viajando en ómnibus
Habrá sido viernes 13 mba´e
ero están los terceros quienes no tienen problema de dormir en los buses, con todos los saltos de baches y los constantes movimientos, estos lograban dormitar, con el tiempo fueron acostumbrándose a ello, el cansancio y el estrés conseguía que se vayan adaptando a la vida en movimiento. Unas gotas de sudor de la frente caían continuadas por el rostro, recorriendo el cuello hasta llegar a la ropa. La temperatura ya había alcanzado los 45ºC, era la una de la tarde, donde el sol se encontraba más ardiente, y no sentía compasión por nada ni nadie. Nos encontrábamos esperando el ómnibus en una parada en la ciudad de Luque  para ir rumbo a nuestro destino. Sudábamos hasta en los pies y la cabeza daba vueltas, el calor era tan fuerte que nos cambiaba hasta el humor.  Todos andábamos inquietos buscando o corriendo tras la sombra, bajo un árbol o un techito donde cubrirnos del potente ardor del sol, quien hacía todo por no abandonarnos, nos perseguía con tanta insistencia al punto de hacernos renegar.
La mayoría de las personas que nos hallábamos en ese lugar vestíamos prendas livianas y cómodas, bermudas y camisillas, a otras en cambio solo les quedaba aguantar el inmenso calor con los trajecitos de sus respectivos uniformes. Las mujeres nos recogíamos el pelo, pocas eran las que podían soportar el cabello suelto teniendo al enemigo a cuestas.
 A pesar de lo uno puede hacer para que el día no se torne tan sofocante, aquel amigo en invierno y enemigo en verano (principalmente cuando tenés  que viajar en bús en plena siesta): el sol, podía definitivamente más que todos nosotros.
La garganta sedienta como si algo hubiese subsionado todo el liquido ingerido con anterioridad, la única opción que nos quedaba era comprar al menos una botellita de agua fría y refrescante para calmar la sed, de lo contrario corríamos el riesgo de quedar deshidratados, de sólo un sorbo casi lo acabamos, este placer duraba unos instantes y luego va. Ya habiendo pasado unos minutos, el agua se  calienta  tanto, que de repente hasta es mejor no tomarla y quedar con la garganta seca, que beberla casi hirviendo. Es esa una de las cosas que nos hace protestar, tener agua en una tarde como esa y no poderla llevar a la boca porque no satisface; sino que altera los nervios.
Al salir de casa muchos de nosotros nos hemos puesto perfume o una colonia para tener un buen aroma, todo eso resulta en vano, se produce una mezcla entre aquella fragancia y la transpiración del cuerpo, se genera un nuevo olor. La piel se vuelve desagradable y pegajosa. El sudor que sale por los poros y luego vuelve a penetrarse. El rostro grasosos que desde lejos el brillo lo hace notar.
Los vehículos, tanto autos como motocicletas expandían por el ambiente, el humo del caño de escape, la polvadera que se levantaba en cada pasada de los buses o automóviles.
El viento no favorecía, pues lo esparcía de un lado a otro, era tan fuerte el sol que el viento fue perdiendo aquella brisa agradable en días de otoño; el aire era tan espeso que daba la sensación de que aplastaba.
El corazón palpitaba a mil por hora, sintiendo que el cuerpo se desvanecía.  Observamos y envidiamos a la vez a aquellos que se encontraban en sus automóviles lujosos con las ventanas cerradas, disfrutando, ellos, el frió ambiente del bendito, amado, y deseado aire acondicionado, en esos días donde un poco más y nos derretimos.
Ya habiendo pasado 5 minutos desde que habíamos llegado a la parada de ómnibus, y el micro cual esperábamos, aún no aparecía, se puede observar que hay quienes cuentan con un equipo de tereré en la mano, con el que sacian la sed y el tremendo calor que minuto a minuto se hacia más fuerte.
A lo lejos veíamos que se aproximaba el anhelado bus, el hecho de pensar e imaginarnos en todo lo que nos esperaba, en todo lo que teníamos que soportar por el camino, nos aceleraba el pulso y unas cuantas gotas rodaban por la espalda, la respiración se tornaba cada vez más débil, nos faltaba incluso el aire.
El micro se encontraba bastante repleto de pasajeros: adultos, jóvenes, niños; quienes se dirigían a sus trabajos, colegios,  facultades u otro lugar que sólo ellos lo sabían.
En estos casos donde sabemos, y somos concientes que a veces, si no nos encontramos apurados, es preferible  esperar a que venga el siguiente para ir cómodos y no apretados con esa terrible temperatura que nos sofocaba.
Vamos moviéndonos de nuevo siguiendo la sombra que constantemente se alejaba de nosotros, y nosotros tras ella, buscando refugiarnos de aquella  enorme bola de fuego.
Intentábamos soportar  la elevada temperatura infernal, a pesar de eso había mucho movimiento por las calles, gente caminando, recorriendo lugares muchas con sombrillas, gorros o algo para ocultarse del sol.
Nuestra piel se iba tornando rojiza, el calor ya nos estaba quemando la tez, y ya empezaba a arder, a picar y a molestar.
En una de esas nos percatamos que el autobús se acercaba apresuradamente y no se detiene. Haciendo explotar la ira de más de uno. Se notaba que los asientos estaban desocupados, y eso nos puso mayormente histéricos a los que queríamos o debíamos, mejor dicho, subir para llegar al fin último.
Mirábamos a cada instante si no venía otro, parecía en la distancia que sí lo era, pero al fijarnos con atención  nos damos cuenta que no era el que deseábamos que viniese, sin darnos tiempo de enfadarnos, llega tras suyo, el colectivo, habiendo pasado ya 20 minutos desde nuestra llegada a la parada, y de estar aguantando parados ese ardor del sol que se ponía insoportable.
Estábamos todos aliviados al saber que después de la triste espera por fin íbamos subiendo a la estribera; la palma de la mano, ha quedado con olor desagradable por haber retenido el billete durante tanto tiempo, esperamos el vuelto, le hemos pasado al chofer 5000 Gs.
El pasaje cuesta 2300 Gs. y alguito. Es una estafa para las condiciones en las que se encuentran los vehículos, asientos rotos, vidrios astillables, en muchos casos el timbre sin funcionar, la chaperia toda agrietada… etc.
Al voltear nos damos cuenta que no hay ni siquiera un lugar vacío para poder sentarnos, mientras el bus circulaba, en cada cuadra, en cada esquina o parada el mismo se detenía a alzar más y más pasajeros, muchos con grandes bolsos o mochilas que resultaba ser una dificultad para poder pasar entre los que nos encontrábamos en el vehiculo, pocos son los que se bajan, quienes nos encontrábamos de pie, siempre alertas o pendientes de que alguien ceda lugar (cosa muy poco probable) o que tengan que descender del micro.
Mientras nos hallamos parados nada podíamos hacer sólo esperar con paciencia que llegue el momento de que surja la posibilidad, de relajar las piernas pudiendo sentar el trasero en aquellos asientos poco cómodos, duros y con poco espacio de estirar por completo las dos piernas  que se han cansado de sostener y soportar todo el peso de uno, pero… que más da! Son asientos al fin y al cabo y en esos casos o situaciones cualquier cosa viene bien.
La mayoría de los pasajeros nos encontrábamos parados del lado izquierdo, donde el sol no expandía su luz y poder al menos estar en el viaje sin fin, en sombras, solo en algunas ocasiones nos llegaba su brillo por los ojos o la cara cuando el micro daba vueltas y quedábamos en la dirección del  sol. Pobres aquellos quienes no tuvieron de otra que sentarse del lado contrario, el viaje es muy largo, y tener que aguantar horas con la irradiación por el rostro era muy penoso.
Estábamos muy cerca de donde nos habíamos subido al autobús, nos hallábamos en la Avda. Madame Lynch, prácticamente no avanzamos nada; el tránsito, a pesar del horario se hacia muy dificultoso. Autos por donde se miraba, vehículos grandes de mercaderías, motocicletas, transportes públicos, muchos iban llenos de gentes; otros, sin embargo, disponibles para sentarse, nos preguntábamos ¿qué hacían tantas personas fuera de sus casas, en un día como ese?. Donde parecía que una bola ardiente se acercaba al planeta Tierra, para calcinarnos, sufrir de dolor, y luego derretirnos como hielo en el asfalto. ¿O acaso toda esa gente que se movilizaba no sentía lo insoportable que estaba el día? Pues el horario ya no era de entrada al laburo, pero quien nos asegura, tal vez la mayoría iba a marcar en sus respectivos trabajos. Y nosotros en cambio, íbamos a cumplir otras responsabilidades, nos estábamos dirigiendo a la facultad, y hasta el momento nos encontrábamos lejos, muy lejos quizás de llegar a nuestro destino. Hasta ese instante aún no habíamos localizado un asiento donde descansar. Notábamos que muchos suspiraban, especialmente los que estaban de pie, al igual que nosotros, cambiaban continuamente de posición en las piernas, con sus cartelas o bolsos en los brazos, carpeta en mucho de los casos, la mayoría estudiantes, que llevaban sus materiales  en las manos haciendo en ocasiones que  dificulte poder agarrarse de los hierros, principalmente cuando el chofer giraba violentamente y muchos no podían equilibrarse y se balanceaban de un lado a otro.
Nos hallábamos varias mujeres en el transporte público, unas cuantas ya eran mayores de edad, que se encontraban de pie y apenas lograban sostenerse, ellas, con más razón corrían el riesgo de caer al suelo con una vuelta o un freno brusco, también habían señoras embarazadas o con hijos en brazos que esperaban deseosas de que algún caballero amable o gentil les ceda el lugar, no obstante, son pocos los casos que estos se levantan del asiento para dejar que estas damas puedan ocuparlo, en muchas ocasiones son mujeres otra vez las que ofrecen su lugar.
El calor no había cesado, se sentía cada vez con más insistencia, y continuábamos estando todos apretujados, sin poder distender los músculos, los hombres esencialmente se apoyan por nuestros cuerpos, ya con otras intenciones, de manosearnos o acercar su miembro lo más que puedan hasta nosotras, algunas no dudaban dos veces en darles una cachetada, codearlos, o directamente ridiculizarlos públicamente gritándoles un montón de barbaridades para que la vergüenza le haga bajar la calentura. Pero así también hay otros con peores intenciones, se aprietan por tu cuerpo con el fin de despojarte de algunas pertenencias: celulares, efectivo, joyas,  apuntándote con algún arma: pistolas o navajas para que no te resistas y entregues todos los objetos de valor que cuentas en ese momento. Estos maleantes son peligrosos, no es bueno que no cedas a sus intenciones, es mejor dar lo material que poner en riesgo la vida, lo primero va y viene; lo segundo, ya no.
La gente no fue disminuyendo, por el contrario, seguían subiendo más pasajeros, y ya se olfateaba un apestoso olor a  transpiración, donde daba la sensación de que el desodorante  ya había abandonado o al menos eso era lo que se percibía, para no decir que unos cuantos no conocen o han olvidado lo fundamental del baño diario, específicamente del agua y del jabón, es tan fuerte  el sudor que hay momentos donde atajamos la respiración por unos segundos porque el ambiente se hace  imposible de soportar, los nervios nos suben y empezamos a chispear, es costumbre pasar  todo esto en un caluroso día de verano, metido en un trasporte  público que pareciese no avanzar.
Cuando nos encontrábamos en una fila tan larga de vehículos que esperaban, que el enemigo del tiempo: el semáforo rojo, dé por fin verde, los segundos parecen interminables, en estos casos la paciencia ya se nos ha acabado, nuestros rostros y las vestimentas que llevábamos puestas ya estaban todas mojadas principalmente en la espalda, en el abdomen, en las axilas, en el cuarto y las piernas…  prácticamente estábamos empapados de pie a cabeza, lejos de parecer persona limpias y agradables, el clima nos hizo pelota, fue como si nos hubiésemos dado una ducha con la ropa puesta, es tan desagradable!
Las criaturas como es habitual ascendían a los ómnibus  para conseguir unas monedas y bajarse con el objetivo ya en la mano, muchos niños como niñas cantan y cantan mal! Le ponen una tonada que duele escucharlos, a veces le das algo por compasión, aunque sabemos no es la mejor solución, ya que no resuelve el problema. Son pequeños y en vez de estar jugando entre chicos o yendo a la escuela tienen que estar trabajando o mendigando para conseguir un poco de dinero, en la mayoría de los casos especifican que quieren 1000Gs., si no les das lo que piden, te alzan la voz o hasta se muestran amenazantes.
Ya a mitad de camino, estábamos en la avenida Mcal. López, suben jóvenes ofreciendo accesorios, golosinas de diversas marcas y sabores, en ocasiones no venden nada y vuelven a bajar para subir en otros transportes, al rato suben quienes  predican la palabra de Dios y piden colaboración para cubrir sus gastos. Muchas veces nos llega su mensaje, pero la duda nos gana al no saber si en realidad utilizan el nombre de Dios para obtener dinero fácil y no exactamente para evangelizar y atraer más creyentes. Estos luego bajan y ascienden otros, que cantan con ganas y entusiasmo nuestra querida música paraguaya, estos, generalmente reciben aplausos y admiración de los pasajeros por el trabajo que realizan con tanto esmero. Están también los vendedores que ofrecen sus productos  y que a toda costa intentan convencernos de comprarlos.
Algunos ya habían descendido pero nosotros aun no teníamos un asiento libre para sentarnos, al llegar sobre la calle Azara, unos jóvenes bajan y logramos sentarnos al fin, el sudor ya fue humedeciendo toda la cabellera, abrimos la ventanilla hasta donde se podía para menguar  la temperatura, pero eso no resulto suficiente, el viento se sentía caliente y no favorecía, sólo se percibía el aire ardiente. Cómo vendría bien un buen baño de agua fría, tanto calor hacia delirarnos e imaginarnos cosas que  son muy difíciles de conseguir en esas instancias.
Numerosos eran los que escuchaban músicas con sus celulares, radios u otros aparatos con el fin quizás de despejar la mente, olvidar en momentos los problemas personales, intentar relajarse o sencillamente no escuchar todo el ruido que se oía que hace que la cabeza reviente de dolor; otros, en cambio pasaban el tiempo leyendo libros o folletos es tanto el camino por recorrer que uno ve la forma de hacer de un viaje de unas horas no tan duro y complicado de lo que ya era. P
Los vendedores continuaban subiendo en los autobuses con gaseosas, agua, jugos, los pasajeros que aún quedábamos lo comprábamos para saciar la sed que en ningún minuto nos ha dejado.
La gente conversaba al dos por tres con el de al lado, o hablaba por teléfono celular, al punto de que todas las voces se mezclaban con el ruido exterior produciendo un alboroto.
Ya estábamos frente a Clínicas y solo habían en ese momento seis personas, un poco más y llegábamos a nuestro destino, al rato subió un joven haciéndose pasar  por pasajero se sentó atrás de una señora y en un descuido de ella el  muchacho le arrebató su bolso y su celular que tenia en la mano se bajo apresuradamente, él lo tenia todo bien calculado ya que aprovecho que la puerta trasera estaba abierta y corrió con lo ajeno sin nadie poderlo detener, mientras la mujer se lamentaba lo ocurrido.
Ya íbamos a bajarnos, nos preparamos para tocar el timbre y en ese  instante el colectivo sufrió un percance, paró el motor, se detuvo, se habrá sobrecalentado, nos reímos, y descendimos del ómnibus, y nos pusimos a caminar unas siete cuadras para llegar a la facultad bajo ese sol fogoso. Del colectivo hay mil anécdotas…



sábado, 1 de octubre de 2011

Aipo karai Octubre…

Va caminando bajo un sol árido, un sol que calcina todo lo que está bajo el… Descalzo va él… sobre esa tierra ardiente. Vestido con ropas despilfarradas, con un enorme sombrero piri que lo resguardaba del intenso calor; al menos en esa parte del cuerpo… Con un látigo de ysypo en mano, cargando una bolsa oscura sobre los hombros, iba él caminando, con un aire tenebroso, algo extraño y misterioso…
Las mujeres lo ven llegar al pueblo sólo una vez al año y se apresuran a  preparan  el “jopara” para alejar el infortunio y la desdicha que trae aquél hombre, en aquél mes.
Karai Octubre representa un aspecto de la población campestre. Él es la pobreza y la miseria. Se vincula a la primera época de siembra de los agricultores, sean estos indígenas o campesinos. Octubre es el período inicial de siembra, por lo que los alimentos pueden escasear. Sólo en diciembre y enero se practica la cosecha.
La tradición dice que el Karai Octubre castiga con su látigo a quienes desafían la costumbre de comer el famoso “jopara”, el 1er día del décimo mes del año.
El “jopara” es juntar todo lo que sobró del período anterior, hasta la posterior venida de un nuevo período de producción y cosecha. Mezcla de poroto y locro se consume el 1ro de octubre para que el mes traiga suerte y buenas nuevas. De lo contrario a los que se resisten y mesquinan la comida, tendrán que convivir con el hambre por el resto del año.  Cháke!! Comista pa hoy tu “jopara”?